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La magia del cine nos traslada a una época en que los polígrafos se utilizaban para salvar el mundo y no para determinar si el descendiente de una folclórica recurría a los servicios de señoritas de moral distraída mientras su progenitora se aliviaba las fosas nasales entre bambalinas.

De Niro, a la par que recordarnos los primeros usos de este artefacto, realiza en El buen pastor un recorrido por 30 años de intrigas, secretos y mentiras en un thriller político que, al igual que los oscuros sucesos que relata, es muy farragoso y requiere toda la atención del espectador y un cierto background sobre la historia americana reciente, ya que el filme cuenta con muchas elipsis narrativas y un montón de personajes.

 Lo primero que hace De Niro es desmitificar la idea romántica que Ian Fleming, o Le Carré han dado de los espías. Al igual que en La vida de los otros, el espía -sea rojo o azul, rojo y blanco- es un ser solitario, con el estado como único amigo y amante.

El filme cuenta la ficticia biografía de uno de los fundadores de la CIA que se ve forzado al secretismo desde la infancia y que es reclutado en la Universidad para pertenecer a la OSS -precursora de la CIA- durante la II Guerra Mundial. Acaba convirtiéndose en un destacado miembro de la Agencia durante la Guerra Fría y bien aprendido el lema: ‘pero que parezca un accidente’ combate a la KGB, el avance del comunismo y se convierte en un jugador de ajedrez eficiente, calculador y emocionalmente cadáver.

Salvar el mundo pasa factura y Wilson no es capaz de conciliar vida familiar y laboral: su mujer no le quiere, su hijo le tiene miedo y sus amigos simplemente no existen. Por lo que El buen pastor es una historia de renuncia, que, dado que Matt Damon no cambia de expresión en los 160 minutos de metraje, no sabemos si el sacrificio ha merecido la pena o no, si es feliz así o si es un desgraciado.

Aparte de salir de la sala con este debate, hay otra pregunta sin respuesta: ¿dónde está Max Factor? Pocas veces he visto en cine a personajes tan mal avejentados y si quieres que una historia que transcurre a través de 30 años sea creíble debes maquillar bien a los protagonistas o se producen momentos como que el padre y el hijo adolescente parecen colegas del insti y la madre –Angelina Jolie-, una cheer leader con 50.

Los protagonistas no son santos de mi devoción, a Damon entre que parece pariente de Dorian Gray y que no mueve una ceja, pues me cuesta creérmelo. Angelina por su parte, no tiene mucha presencia y es más bien decorativa y ejemplo de que la ‘celebrity’ se ha comido a la actriz.

El resto de secundarios es una maravilla: John Turturro que debería haber tenido más cancha, William Hurt, el propio De Niro, Alec Baldwin, Joe Pesci, Tammy Blanchard y curiosamente Martina Gedeck que pasa de espiada -La vida de los otros- a espía.

En resumen, muy recomendable, el filme mantiene el interés durante el largo metraje, tiene una excelente factura y los secundarios son de lujo, dado el cine americano reciente, una delicia.

PD: Como curiosidad apunto que la sociedad secreta «Calaveras y Huesos» a la que pertenece el personaje de Matt Damon existe realmente y entre sus miembros se encuentran los Bush, padre e hijo, y el senador demócrata candidato a la presidencia John Kerry.